miércoles, 16 de mayo de 2012

HOY EN TARDES PARA EL RECUERDO, ARANCHA MARTÍN



ORGULLO DE SER TAURINA


Respeto
Y con esa palabra podría resumir toda una vida de fidelidad a un mundo que engancha, enamora, satisface, apasiona. 
Por eso, hablar de una sola tarde de toros resulta prácticamente imposible. Prefiero describir sentimientos. Sensaciones. Olores. Colores. Miedos. 

Y vaya por delante que me confieso privilegiada. Ser hija de un matador de toros es parte fundamental de ese respeto que me ha perseguido desde niña. Por eso, siempre, y digo siempre, estaré agradecida a la grandeza y a la pasión que me ha sabido transmitir mi padre. 


Atrás quedaron los miedos que me producían los rojos que brotaban a borbotones del lomo de un animal grande y fiero. Atrás quedaron los miedos por las cornadas. Las cicatrices. Las miradas de complicidad. Las llamadas telefónicas que anunciaban tristezas. Y el orgullo de la retirada.

Después, cuando todavía no había descubierto las mieles del primer beso ya sabía que mi vida profesional iba a girar en torno al mundo del toro. Eran tardes de Bolsín. De carreteras. De fincas. De casettes de Camarón en el coche. De escalar a los muros de las paredes de las placitas de tientas. Los botos camperos. El jersey de cuello alto. Y era aprendizaje. Observación. Y envidia por las ilusiones que transmitían aquellos chavales que querían llegar a ser figuras del toreo. Unos llegaron a ser matadores. Otros muchos, no. Pero esos fines de semana quedarán para siempre grabados en la retina de una joven aficionada que comenzaba a enamorarse de la Fiesta de los toros.


Luego llegaron las tardes de tentadero en las fincas del campo charro. La libreta de hule. El silencio. La voz sensata y dominante del ganadero. La llamada del picador. La mirada obediente de los toreros. La respiración de la becerra. El fuego de la chimenea. Las conversaciones de después. Y la asimilación.
Un viaje a Madrid me hizo topar de frente con la monumentalidad de su plaza de toros. Fue entrar y llorar. De emoción. Con vergüenza por que nadie viera mis lágrimas caer por la juventud de un rostro emocionado. Después la vergüenza se tornaría en orgullo. Sí. Lloré la primera vez que pisé Las Ventas. Y la primera vez que vi esa Puerta Grande que antaño atravesara mi padre en hombros cuando yo todavía no estaba ni en su pensamiento.

Recuerdo un festival de las Hermanitas de los Pobres en Salamanca. Aún puedo ver a un Rafael de Paula eterno. Hierático. Artista. Elegante. Y sin embargo, frágil. Con sus rodillas doblegándose, aunque no su pellizco, ni la suavidad de su capote… Creo que todavía está pegando una verónica. Al menos en mi retina.


Recuerdo una tarde en Valladolid, en 1995. Joselito se encerraba con seis toros. Y de nuevo volví a emocionarme. A mirar al cielo y dar gracias por amar la Fiesta de los toros.
Me acuerdo de una tarde de frío y viento. Pero no salimos de La Glorieta hablando del clima. Salimos toreando. Alabando a un chaval hecho a sí mismo y convertido en hombre. En torero. En figura. Salimos hablando de un privilegiado nacido para torear. Aquella tarde se lidió un toro de la ganadería del Pilar. “Guapillo” se llamaba. Corría el año 2000. Y El Juli volvió a demostrar por qué había dado mucho que hablar desde niño. Tantos años después… sigue haciéndolo.



16 de septiembre de 2005. Cómo olvidar aquella faena del ARTE personificado en un torero en la plaza de toros salmantina. Desde ese momento Morante de la Puebla forma parte de mi vida. De mis ilusiones. De recorrer plazas de toros viéndolo actuar. Y nunca defrauda. Será su tarde o no. Pero nunca falla a los Morantistas. Es más, si en La Celestina uno de sus protagonistas, Calixto, no se confesaba cristiano, si no Melibeo por su pasión hacia Melibea, yo no soy morantista. Morantiana soy. Y a mucha honra.


Y una tarde en Sevilla cuando le dieron la vuelta al ruedo a un magnífico toro de Victorino el mismo día en el que sentí que unos segundos se convertían en horas viendo a un Pepín Liria frente a la puerta de chiqueros. Y un fandango de un artista mientras toreaba Morante en el Puerto de Santa María. Y un pase cambiado de Perera en Olivenza. Y un adiós torerísimo en Las Ventas de un Esplá emocionado.

Y… podría estar hablando de recuerdos que forman parte de vida taurina hasta el día del Juicio Final. El día en el que Dios dará una larga cambiada a todos los que no tienen ni tendrán la fortuna de disfrutar de la Fiesta Nacional. Porque no la entienden. Y lo que es peor. No la respetan. Mire por dónde volvemos al inicio de estas letras. Y nada mejor para terminar. 

Respeto. Libertad. Pasión. Orgullo. Ambición. Triunfo. Ilusión

Mi tarde para el recuerdo es mi trayectoria en el mundo del toro. Soy taurina. Confieso. Y española. Hasta la muerte.



jueves, 10 de mayo de 2012

TARDES PARA EL RECUERDO, VICTOR MANUEL MARTÍN


DE MONAGUILLO A MATADOR DE TOROS

Con el paso de los años, y si echo la vista atrás… sólo puedo sonreír. Porque mi vida en el mundo del toro únicamente puede traerme buenos recuerdos.

Momentos imborrables de felicidad que me hicieron pensar como un adulto cuando aún era un niño, e ilusionarme y emocionarme como un niño cuando ya he pasado la sesentena. Porque he sido, soy y seré matador de toros. Hasta que cierre los ojos por última vez. Y eso… eso siempre será un orgullo.


Mis tardes para el recuerdo vuelan en el tiempo hasta el comienzo de todo. Yo era un niño y estudiaba en un colegio para ser cura. Parece mentira que fuera por aquel entonces cuando aquel monaguillo, en uno de sus permisos, y por pura casualidad, se encontrara con una entrada para ir a los toros. Se la habían regalado a mi padre, pero no podía ir, así que me presenté en La Glorieta. Creo que todavía no había cumplido los once años. Pero tuve una suerte increíble porque aquella tarde toreaban en un festival, El Viti y Antonio de Jesús. 

Lo que allí ocurrió fue tan llamativo para mí, tan especial, que salí de la plaza toreando. Y, ya en casa, cambié el rosario por un mantel y comencé a torear por los pasillos. Todavía puedo ver la cara de mi padre. Y sus palabras: “Este niño está loco”.
Pero esa locura no se pasaba. Intenté seguir estudiando, pero fue en balde. Me resultaba imposible ponerme delante de los libros y mi pensamiento estaba en poder torear. Así que me escapaba de las clases para hacer, nunca mejor dicho, novillos, y me acercaba hasta el lugar en el que entrenaban los toreros.

De esta manera, y con 15 años, toreé mi primera becerra. Y fue tal la sensación que puedo prometer que la enfermedad del toro me entró sin solución y sin remisión. Ya no había marcha atrás. 
Aún puedo recordar mi primer viaje a Madrid. Yo no había salido nunca de Salamanca y sólo el hecho de montar en tren ya supuso toda una experiencia para mí.

Me dirigía a la capital, junto con un amigo, para alquilar mi primer vestido de luces. Y ahí estaba el niño altiricón y delgaducho que no sacaba la mano del bolsillo ni para rascarse. En el pantalón, a buen recaudo, llevaba 3.500 pesetas, que era un dinero para aquella época. Y puedo prometer que tengo incrustado el olor de la sastrería Linares. Aquel olor característico no he podido olvidarlo. Ni la ilusión de tener mi primer vestido, aunque fuera alquilado. 

Después, debuté sin caballos en Burgos y recuerdo, como si hubiese estado ayer, aquel hotel. Victoria, se llamaba, y podría describirlo a la perfección. Sentimientos, sonidos y olores que tengo metidos en las entrañas. Esa tarde se lidiaron novillos de Clodoaldo Rodríguez y actué junto a Adolfo Rojas y Diego Fuentes. No puedo describir lo que sentí aquella tarde. Corté tres orejas y salí a hombros lo que favoreció firmar una exclusiva para torear 15 novilladas por aquella zona castellana.

Después… vinieron las prisas, que nunca son buenas. Y aunque lo deseaba con toda el alma, al año siguiente debuté con caballos, toreé cuatro veces en Madrid y, entre otras plazas, triunfo en Pamplona, Vitoria, San Feliú, Lloret (que por aquel entonces había una afición bárbara), y al siguiente año triunfo en Barcelona, Zaragoza o Valencia. Y, todo “rodao”, tomo la alternativa en Barcelona de manos de Paco Camino y teniendo a El Cordobés como testigo.
Rápido. Fue todo demasiado rápido. La subida y la bajada. Pero tengo el orgullo de haber compartido cartel con todas las figuras del toreo de entonces en la mayor parte de las ferias importantes de España, Francia y Portugal. De enamorarme del toreo de Antonio Ordóñez. De admirar y gozar de la amistad de Santiago Martín “El Viti”, quien desde siempre fue el espejo en el que mirarme. Y estoy orgulloso de haberme retirado cuando no vi las cosas claras. Y darme cuenta que mi vida debía girar por otros derroteros, aunque siempre en contacto con el mundo del toro, al que sigo ligado bajo el prisma del romanticismo, el cariño y el respeto. Gracias al mundo del toro. Porque en él me hice. Y porque en él, aunque sea desde mi elegida distancia, moriré.



miércoles, 2 de mayo de 2012

LO MAS GRANDE DE LO PEQUEÑO...




MIGUEL ANGEL SANCHEZ. Matador de Toros

Siempre es difícil mirar hacia atrás y encontrar una tarde que te haga sentir pleno, realizado. Lo es porque esta bendita pasión de torear nunca te deja satisfecho. Pero es mucho, muchísimo más sencillo rescatar momentos que dejaron huella por muchas circunstancias, momentos de diversa índole que van construyendo tu historia profesional. Y buscando, buscando… son muchas las veces que esas sensaciones coinciden en una tarde especial, esa tarde que jamás se borrará de tu recuerdo. 

La mía en particular no es una gran feria, ni tampoco una gran plaza pero si es una gran sensación. En Candelario, un pueblo de la sierra de Béjar, en el año 2004. Allí coincidieron en una tarde preciosa del mes de julio muchas circunstancias para tenerla en mi memoria:

Toreaba una corrida de toros mano a mano con un compañero que también lo fue en los comienzos de la Escuela, mis dos toros pertenecían a ganaderos con los que siempre he mantenido una gran relación desde mis comienzos y, sobre todo, era la tarde donde reaparecía después de una seria lesión de rodilla que me tuvo apartado unos siete meses. Por todo ello para mí se agolpaban en el recuerdo jornadas de preocupación, miedos habituales de todo torero, desesperanza por la evolución de la pierna, duras sesiones de rehabilitación y preparación física, en fin…


Pero aquel día era mi día, era feliz por poder volver a vestirme de luces. Y salió mi primer toro, que no ayudó mucho pero moralmente me sirvió para sentirme bien, seguro y ansioso una vez más. Tardó en llegar el momento, no tuve el soñado triunfo hasta que salió el sexto, “Rocinante” se llamaba. Fue un gran toro, precioso de hechuras y de gran condición. Con el capote no llegué a cuajarlo pero poco a poco iba reuniéndome con él, sintiendo que era yo quien extraía de él sus mejores condiciones. Se templaba en cada muletazo, se rebozaba y volvía desde allí hasta aquí una y otra vez. Más largo y más despacio que al comienzo. Me hizo muy feliz una serie honda, muy aplastada por el lado derecho, y los ayudados finales que precedieron a una de mis mejores estocadas. Le corté el rabo pero me produjo una de las sensaciones más grandes que podrá sentir un torero; el reconocimiento al esfuerzo y al trabajo bien hecho.